No podría hablar por todos los barrios existentes en nuestra gran capital. Pero si puedo señalar aquel que tengo a mi alcance, ese Nonoalco que se distiende como hilos de seda entre puentes y bardas de olvido. Arribar al barrio es sencillo. Basta con saber su orientación para llegar como dictan sus calles. Barrio, finalmente, no cuenta con demasiadas avenidas en su haber. El recorrido natural que atraviesa el lugar se extiende de sur a norte. Llegando por la calle Sassoferrato, el visitante entronca con av. Santa Lucía. Una calle entra, una calle sale. Restringido el acceso vehicular a caminos angostos y casi laberínticos o sin salida, el barrio de Nonoalco es atravesado como espina dorsal por Santa Lucía.
El tránsito en carro es directo si se realiza a través de Sassoferrato. Colindando con la colonia Alfonso XIII hacia el sur, el cambio se distingue ante la imponente armazón de concreto que sostiene parte del distribuidor vial de San Antonio. Los pilares de soporte, tan llenos de tristeza, tan llenos de grafías agresivas, decoran y flanquean el comienzo del barrio desde el sur, rumbo norte.
La composición de la escena es inmediata, simple. Descuido y marginación se viven en el aire de la calle Santa Lucía. Apenas con un carril, el tránsito vehicular se demora ante el más ínfimo retardo de pedal. La incapacidad de vadear el sentido ralentiza la capacidad de circulación entre semana. Solución, asistir en una noche con lluvia. Acceder sin el trajín cotidiano de tantos laboristas de ocho horas se vuelve tarea más afable. Atravesar Sassoferrato es fluido; no hay estorbos. La esperanza de llegar a la parroquia se cumple en tres minutos máximo.
Se arriba al lugar; atrio de calles que sirven de espacio para que respiren los feligreses del templo. El cruce entre Santa Lucía y Antonio Van Dick crea una plaza artificial de asfalto y sentidos varios. Hacia el poniente, por Van Dick, uno espera trasladarse a las profundidades del barrio sin letrero que lo oriente. Al oriente, Periférico aguarda impertérrito. Siguiendo de frente llegará cualquiera hasta San Antonio; vereda vehicular de ida sin vuelta. Al costado oriente de la calle, los pilares de concreto continúan flanqueando el paso como cadetes en fiesta de quince años. Y son los espacios entre estos soldados de concreto los que permiten encontrar un pequeño resquicio para estacionarse. A lo largo de toda la avenida, entre Sassoferrato y San Antonio se encuentran apostadas al costado derecho una cadena de bahías vehiculares. En general, todas llenas. Complicado estacionarse, complicado deambular por un barrio que ofrece poca hospitalidad al foráneo. El extranjero como yo, que se atreve a tocar tierra en parajes ajenos es recibido como corresponde, como un extraño. Inmediatamente al bajar del carro, un par de hombres me observan desde el otro lado de la acera, en el lado poniente. En lo que parecen entradas a diversas viviendas se ubican flanqueando dos centinelas con cerveza en mano. Aparentan un grado de familiaridad con el lugar que hacen suponer su residencia. Al otro extremo de la calle, precisamente de donde venía, hacia el sur, otro par de personas se encuentran colocando una lona de lo que parece un negocio de comida. De igual forma, me miran, me desconocen. Más que reflexionar sobre la existencia de un cogito externo a mi consciencia, esa es la situación en la que la filosofía sufre una vuelta de tuercas. ¿Qué soy para aquellos habitantes del barrio de Nonoalco?
Mirar en cualquier dirección trae la misma tristeza. Pintas en las paredes sobre pintas más viejas. Los que saben acerca del desarrollo social urbano plantean que a mayor grado de agresión gráfica será mayor el descuido social y de gobierno. No sé qué tan cierto esto sea, pero es notorio la cantidad existente en propiedad privada: casas, comercios, bardas, edificios. Todos con pintas. Pero, el templo, ese no. Es una percepción singular la que experimento ante la parroquia. Un ambiente tan hostil, abandonado y sucio, tiene en su corazón un pequeño espacio de respeto. Ni siquiera las áreas comunes para la infancia fueron respetadas. Un esqueleto de aluminio hace las veces de cancha de futbol rápido; al costado, los subibajas. Como usando binoculares, enfoco la vista más allá, un metro más allá de los juegos; en la pared, una pinta de casi dos metros con la palabra topo. Al costado, una fila interminable de letras y trazos sin sentido, sin claridad, con mucha rabia, sin mucho sentido para el que no lo vive. La hora no es adecuada para ver los colores naturales; todo se percibe bajo una tenue luz azulosa. De esas que existen bajo los puentes; Nonoalco ha quedado bajo un puente.
(La parroquia de la Asunción de Santa María se ubica frente al cruce de las calles Santa Lucía y Antonio Van Dick. Para su llegada sólo hay una vía de acceso y el espacio para vehículos es reducido. El entorno urbano es deteriorado y lleno de agresiones gráficas.)
Las calles que tienen sentido hacia el interior del barrio desde Periférico no tienen señalamientos. Por el lado poniente, no hay accesibilidad sencilla por el sentido de las mismas. Por ello, el único modo de arribar es a través de la avenida Santa Lucía, en sentido sur-norte. Se puede llegar al espacio de forma peatonal si el visitante utiliza transporte público sobre av. Periférico y conoce las calles aledañas. No es recomendable por la inseguridad del lugar.
De todo el barrio, la sección norte, es decir, de la parroquia de la Asunción de Santa María en adelante, es la más dañada y agredida gráficamente. Esto se debe a que se existe un tramo de calle que mide casi un kilómetro de longitud flanqueado por una sola barda en su costado oriente y pocas viviendas en el poniente. Inclusive, esta sección cuenta con un espacio triangular hacia el poniente que es utilizado como basurero irregular. La falta de tránsito peatonal por esta sección, así como las construcciones abandonadas, completan el conjunto de condiciones peligrosas para su recorrido a pie.
La parroquia de la Asunción de Santa María, Nonoalco, se encuentra en el corazón de un barrio de antaño, que sin embargo, ha sido descuidado por las autoridades. La experiencia de intentar llegar al lugar es desalentadora. El aspecto sucio y agresivo de la zona hace recordar que aun dentro de la modernidad, el atraso y desapego social son realidades con las que vivimos, seamos conscientes o no de ello.